Siempre pensé que lo tenía todo bajo control, hasta que Santi decidió dejarme después de dieciocho años. De un día para otro, mi vida desapareció, y con ella se fueron mi seguridad y ese aire de «yo puedo con todo». De repente, mis complejos se pasearon en ropa interior por mi cabeza, y tuve que mirarlos de frente.

Lo que siguió fue una caída libre que me llevó a reinventarme a golpes, entre noches de copas y mañanas de resaca emocional. Perdí a mi pareja, mi trabajo, y hasta me distancié de las personas que siempre habían estado ahí. Pero ¡qué coño! También conocí gente nueva: capullos con sonrisas de anuncio, ranas que no se convertían en nada más y princesas que me enseñaron que no siempre necesitas un príncipe para pasarlo bien.

Al final, dejé de buscar el puto final feliz y me centré en disfrutar de cada paso, cada beso, cada locura... y, sobre todo, en encontrar a la única persona que de verdad necesitaba en mi vida: a mí.