Me llamo María Bazaga. De La Nava de Santiago, provincia de Badajoz, 1948.
Estudié lo básico, no fui nunca a la universidad. Siempre me gustó escribir pequeñas cosas, pero escribo libros de novelas desde que me jubilé, que ya tenía más tiempo libre.
El primer libro que escribí fue “La historia de mi niñez”. El segundo, “Experiencias y vidas”. El tercero, “A Dios pongo por testigo”, este libro es de casos reales que ocurrieron en los años 30 hasta el año 43. Está publicado y ha tenido mucho éxito, pero los libros que quedan están en mi casa, no los encontrarán en librerías. Y la cuarta novela es “El Secreto de Sor María”.
La protagonista de esta novela es una chica joven, guapa, inteligente y educada, lo tiene todo.
Estaba en la universidad estudiando Medicina, ella quería ser médico ya que su madre había estado enferma y quería poder curarla. Solo le faltaban dos asignaturas
para acabar la carrera, tenía muchas ganas de vivir. Su padre se arruinó y vendió todo lo que tenían y ya solo le quedaba la casita que tenían, la cual hipotecó para salir adelante.
La joven tuvo que dejar sus estudios, y se colocó de sirvienta, pero tuvo la mala suerte de enamorarse de un amor imposible que le destrozó la vida, un hombre que no podía casarse con ella. Y allí empezó su calvario y sufrimiento.
Esta novela está basada en los años en que las chicas pobres no podían casarse con los chicos ricos, al igual que los chicos ricos no podían casarse con las chicas pobres porque no eran de su misma clase. Si se enamoraba alguno, no importaba el amor que se tuvieran, no podían seguir juntos. Las familias ricas solían buscarles los novios a las hijas, al igual que las novias a los hijos. Había veces en que los hijos no conocían a las personas con las que sus padres les prometían cuando eran pequeños y se conocían unos días antes de la boda. No importaba que no se quisieran mientras fueran de la misma clase. Era una obligación respetar a sus padres y hacer lo que les dijeran sin replicar.
En esa misma época, tener hijos fuera del matrimonio era una vergüenza para las mujeres. Llevaban oculto su embarazo porque aquello era un pecado mortal. Las criticaban y se avergonzaban de ellas mismas. La mayoría de ellas, sobre todo si eran jóvenes de familias ricas, los abandonaban en la puerta del hospicio por la noche o durante la madrugada, cuando las personas dormían, para que no las vieran. Las dejaban en una cestita o en una caja envuelta en unas mantitas y nadie sabía de quién era esa criatura. Así se deshacían de ellas.