Ramona Martínez Madrid (Úbeda, Jaén, 1959) estudió Trabajo Social y Sociología en la Universidad de Alicante.
Antes conoció el mundo laboral trabajando en la industria del calzado de la ciudad que le acogió cuando tenía once años: Elche, Alicante.
Ha participado en movimientos vecinales, juveniles, ecologistas y de mujeres, prestando su pluma y poesía. Desde el año 1992, se emplea como trabajadora social para la Generalitat Valenciana.
Su experiencia con colectivos vulnerables le hace empatizar con las personas a las que la vida no se lo ha puesto fácil. Siempre la oiremos decir que su trabajo le brinda la oportunidad de combinar obligación con vocación.
Elisa se buscaba a sí misma en la soledad de la montaña asturiana, asumía su vida anterior, pero necesitaba rebobinar y darse un nuevo comienzo.
Roberto llegó como podría haber llegado a cualquier lugar. El absurdo le había sorprendido y le empujaba hacia una luminosidad oscura que brillaba en la cumbre tras un camino boscoso.
Nada hacía suponer que aquel atardecer marcaría las cartas del futuro de ambos. El destino juguetón proponía una partida en la que el presente resistiría al poderoso asalto de un pasado que, al acercarse, dejaba la sangre helada.
Nuestros protagonistas apuestan fuertemente por la vida, la suya y la de los otros. No se dejan abatir del todo por la acción de personajes tan reales como grotescos, de esos que demasiadas veces se cuentan entre los ganadores.
Tenemos entre las manos un paisaje de blancos y negros, pero también de grises, donde se arriesga claramente por el amor en su acepción más generosa y colectiva.
«El tren simbólico de ambos atravesaba praderas verdes, y la gente transmutaba de fríos sujetos de la prisa, a poetas y poetisas: gente que no se estorbaba ni mataba por matar. No querían pedir perdón por sentirse así».