BLANCO
Marcelo Pérez
BLANCO
No soy ni escritor. Ni poeta, solo soy un hombre con la ilusión de un niño, con inquietudes que me empecino en plasmar. Y aprovechando la oportunidad brindada por esta editorial sabiendo, a más, que seguramente no me veré en otra como esta, comparto con vosotros mi vida a través de los poemas y las razones que en su momento me inspiraron a su escritura y, a día de hoy, como brasas siguen manteniendo la ilusión del vivir para sentir.
Recopilo los imborrables, marcados a fuego. Los aliño con textos que os mostrarán los regustos escondidos tras estos versos endebles, de corte simple, basto y ocasionalmente desagradables, fruto de los árboles del verso a los que robo mi postre preferido. Hay un apartado dedicado a una determinada época, desde hace unos cuatro años hasta el presente.
En ella publico, cada día veintidós, escritos y poemas a mi amor, mi ilusión de vivir, mi razón de ser: mi chica, Inma. Solo saco a la luz los paridos en verso, pero en todos ellos reflejo mi amor hacia ella.
Espero sintáis con la misma intensidad que un servidor a su lectura.
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¡NO TE QUEDES SIN TU EJEMPLAR!
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Sobre el autor:
Marcelo Pérez Soler nació un veinticinco de Diciembre
de 1969, de madre modista y padre camionero. Ya de
pequeño andaba cantando por la casa con la mano
del mortero por micrófono, alentado por la obsesión
de su abuela paterna en presentarlo a uno de esos
concursos radiofónicos de canto. Con problemas
de sobrepeso toda su vida, durante el último lustro
y gracias a sus amigos del gimnasio, ha conseguido
mejorar ostensiblemente su forma física, consiguiendo
finalizar varias Medias Maratones.
Cariñoso como su madre, o al menos eso dice su chica, y cabezón por parte
de padre, de quien también heredó su oficio. Sigue cantando sin parar. Todos
los viernes se marca una canción en directo por Facebook. El mal de escribir le
fue prescrito por su bienestar mental.
Tiene un serio problema con el número veinticuatro. Un año antes de las bodas
de plata se divorció. Veinticuatro meses más tarde, y tras dos docenas de años
de antigüedad en la empresa, harto de que no le apreciaran como empleado y
persona, se despidió.
Su número preferido es el ocho.
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