En 2017-2018 y con 12 años, llegué al instituto, y ahí es donde nació el inexperto espíritu escritor, pero no fue por mis experiencias en la vida o por problemas con lo que me rodeo lo que me incentivó a escribir. Sino leyendo. Pero no apreciando las obras de Machado o Cervantes, siquiera J.K. Rowling o Stephen King. No obstante, he de admitir que me gustaría leer algunas de las obras del último. Las historias que a mí me apasionan, y me hicieron lo que soy, son las de la espontaneidad; gente que escribe sus pensamientos en internet y los publica sin preocupación. Mi escritor nació ahí, en cada una de esas ideas.
Ahora, escribo sin miedo todo lo que me rodea, lo que me fascina y lo que me angustia; este mundo está lleno de bellezas que hay que apreciar.
Mi mundo, nunca mejor dicho, es un papel. Se escribe cada emoción en cada letra y se leen las imaginaciones en cada palabra; cada historia es un mundo y cada universo una historia. Si todo se juntase en cada verso o cada línea, sería una vida, y recorrería las páginas tanto como cada memoria; pero lo breve no aguanta. Es cada poema la nieve en verano y cada relato la plata de cada luna nueva.
Yo imaginé las palabras y, ahora, cada corazón dará vida a las letras.