«Matando a mi otro yo» roza la filosofía poética en el delicado intercambio de palabras que mantiene el autor con su yo poético, inseparable de las sombras que tiznan el espejo que no muestra sino reflejos de sí mismo como sombras sin rostro. Los recuerdos confusos y esos versos olvidados se desnudan a plena luz como una dulce condena regida por la obligatoriedad de ser, de florecer ante la osadía del miedo a vivir. Escritos como un río de palabras que serpentea hacia un mar de humanidades frente al crepúsculo de la lucidez, como el manantial de fe inquebrantable que gotea esa calma de la esencia poética necesaria para nutrir el ecosistema de la vida, de nuestra existencia.

La lectura de este libro es un tiempo prestado, una espera agridulce, es la simbiosis vital entre las llamas del anhelo y la salud mental. A un lado se palpan la hostilidad y la osadía, al otro la entrega a lo más emocional, atrás se abandona el quebranto de los que fueron girones de un alma abatida y allá, enfrente, se vislumbra el éxodo hacia un ligero remanso de paz donde el arte de las palabras deja una huella en el tiempo. Será indiscutible la inmersión entre sus formas, emociones y desencantos libre de estigmas, libre de rimas patronadas que construyen el lenguaje universal por el que el clamor por la paz se traduce en un poema cómplice con el lector, con cada uno, consigo mismo, con todos.

De esta forma, el poeta plasma su instante como una caída libre, como una mirada en el tiempo a la plenitud del alma universal, recordándola con cariño y con desprecio, con madurez y resignación, con la fuerza que rige el ahora, el presente, y muestra los ecos de un sentimiento destronado. José Luis Gómez Romero ha logrado constatar su pensamiento nocturno de lágrimas y versos en estas páginas cuales alborada del sentir perdido en la que contemplar los restos consumidos de su otro yo.