En desvencijadas sillas de playa, escuchando el rumor de las olas, el verano se vuelve tangible. Ráfagas de viento que azotan ventanales, acompañadas de intermitentes chaparrones, dan paso al otoño. El invierno se abre paso gélido, húmedo y sin remedio; solo el calor de las llamas devuelve el rubor a las mejillas de nuestras protagonistas. Por último, la primavera, llena de vida y frescor, trayendo consigo el perfume de las flores ya maduras.

Sofía escucha atenta en el regazo de su abuela cada palabra a la que le dan forma sus labios. La niña va creciendo con cada recuerdo, cada relato y cada estación, ante los ojos cansados de una anciana cuyo mayor temor es irse de este mundo sin que nadie la recuerde.