Emiliano Trujillo - La máquina del tiempo

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Emiliano Trujillo Sánchez

Caracas (Venezuela) - 1985 

Crece en San Antonio de Los Altos, pueblo aledaño a la capital que nunca ha considerado su propia ciudad, puesto que 37 años después aún debe pedir orientación a cualquiera para llegar a donde sea, con excepción de El Centro, algunas avenidas de este que conoce bien únicamente por su gusto de recorrerlas disfrazado de «caraqueño que sabe adónde va». Bien sabe adónde va, qué anda buscando este vago pueblerino que recorre de vez en cuando la avenida Urdaneta, la Baralt también, hasta decidir cuál bocacalle le conduce a La Pastora.


Carente de titularidad académica —desde niño le ha acompañado un severo déficit de atención—, su formación como escritor consistió, en un principio, en la lectura de Poe, Francisco Massiani y García Márquez. Dados los problemas que las drogas y el alcohol, desde su adolescencia, le ocasionaron, entre los 17 y los 27 «no leyó apropiadamente». Sucedió entonces, diez años después del inicio de su carrera de fracasado vicioso, que entrara en la carrera contra sí mismo, contra el sujeto que, drogado, escribía mucho, mas no leía.


Empezó, pues, su carrera en contra de aquel que desconocía la narrativa de Dostoyevski, Gorki, Korolenko, entre otros autores rusos y ucranianos. A la ya mencionada narrativa le condujo la lectura de los argentinos Cortázar y Sábato, le apasionó la lectura de Rómulo Gallegos, mas a propósito de narrativa venezolana considera a José Rafael Pocaterra «la punta de la pirámide». Poco más de una década después, no discute con «gente culta» carente de la lectura de Los Miserables, El Quijote y Crimen y castigo, ¡mínimo! Afirma que nadie llega a leer lo suficiente; se trata, eso dice, de una carrera con el tiempo que, tal es la tragedia, a nadie permitirá, jamás, leerlo todo.


Suele tomar un autobús a la capital para regresar corriendo desde allá, su tiempo es de hora y media. Ama su patria, mas, para ser considerado un escritor, tal es su determinación, no piensa ser jardinero, vigilante de nadie. Bien conoce el trabajo duro; conoce, también, el ridículo salario que pagan los abusivos que andan siempre en la frenética búsqueda de «pela bolas» a quienes hacer trabajar por casi nada ya que nada tienen y sentirse así «patrones» que atropellan, humillan, tal y como sus patrones se lo hacen a ellos. Ama su patria, no teme al esfuerzo, mas repudia la esclavitud de la que se considera emancipado, ya que, desde su determinación de ver pasar un día sobrio, muchos otros le han venido en saga. «Se empieza por uno», piensa a diario.

Sobre el libro...

Compendio de tres narraciones (ninguna de estas —Adiós, 2019, El idiota y Hasta nunca, 2002— lleva ese título). Comprenden estos tres relatos la convergencia de sucesos (ficticios o no) acontecidos en la vida de quien podría ser cualquier adolescente latinoamericano, estadounidense, europeo, asiático, en fin...


Representan estos relatos la aceptación de una tragedia: la de no poder, de ninguna manera, volver al pasado, al preciso momento en que otra pudiese (no pudo, no podrá) ser la decisión de NO TOCAR LA DROGA.


Es también el título (La máquina del tiempo) de un cortometraje actualmente rodado tanto en Venezuela como en España, donde convergen personajes que nunca se han visto. Su convergencia tiene lugar en la obra de cierto artista latinoamericano, cuyo persistente anonimato le ha impelido a lanzar sus obras a internet, donde una causalidad le ha puesto en el radar de Ana Isabel, quien debe explicarle a su hermana el motivo de unos curiosos papeles sobre la mesa de su casa.


Tanto los relatos como esta producción literalmente hispanoamericana se hallan estrechamente relacionados: refieren, confrontan la tragedia de quienes no podrán decidir algo mejor que dejar de consumir la droga que alguna vez, trágicamente, decidieron consumir.


Imagen de portada diseñada por: Gabriel Pérez

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